lunes, 12 de octubre de 2015

* * * Cuadratura de identidad * * *

Almafuerte, Leguizamón, Laferrere, Carpena

                                                                                         Penas que llevan los vientos…
                                                                                                                                  MARTINIANO LEGUIZAMÓN



     Desde la obra teatral Calandria (1896), de sutil intensidad criolla, o desde las páginas que fue escribiendo en su estancia de González Catán durante las primeras décadas del siglo, el escritor Martiniano Leguizamón (1858-1935) se cuenta entre aquellas voces fundacionales que supieron dar lustre y contenidos al Partido, en torno de lo cual no podemos dejar de recordar y de releer su tomo De cepa criolla (1908), reeditado y ampliado en 1961, donde va desgranando la evidencia de identidad de un criollaje capaz de mirar de frente, y sobre su sentido común, las durezas de un tiempo que para las orillas nunca fue sencillo.
      Por otra parte, los versos duros, plenos en asertos, de Pedro Bonifacio Palacios, Almafuerte (1854-1917), prodigaron un campo ético y estético, caro a la historia de la poesía de la Provincia, entre los que destacamos los Siete sonetos medicinales (1907) y las Poesías (1916), entre otras páginas, que supieron enhebrar, verso a verso, no poco de esos aires de identidad −“no te des por vencido ni aun vencido”−, ya entrañables, acaso tanto o más en estos tiempos, y que dicen de lo suburbano, pero también, aunque fuere en parte, de lo que supervive en la espesura de los bordes.
     La obra, la vida misma, de Gregorio de Laferrere (1867-1913), quien provenía de sus experiencias familiares parisinas y de sus periplos porteños y platenses, estuvieron signadas por la singularidad. Fue autor de las piezas Jettatore (1904), Locos de verano (1905) y Las del barranco (1908), entre otras obras estrenadas en conocidas salas de Buenos Aires. Obras que substanciaron, por otra parte, los comienzos de un siglo donde la modernidad buscaba abrirse paso, en instancias que el dramaturgo supo poner al descubierto, con sus hipocresías, sus manías y sus desconciertos.      
     Pero ya avanzado el siglo XX, sería el poeta y agudo cronista Elías Carpena (1897-1988), antiguo vecino de Villa Lugano y de Soldati, quien habría de dar nuevos espacios y motivos a esos conjuntos de tendencias, ya durante la primera mitad del siglo y algo después, con obras como Romancero de don Pedro Echagüe (1936), El cuatrero Montenegro (1955), y sobre todo con sus Romances del pago de la Matanza (1958), entre otras creaciones tan elocuentes como impecables y de la más genuina identidad gestada bajo los cielos agrestes de lo semirrural y lo suburbano.           Por cierto, en esos vívidos Romances del pago… anida no poco de una identidad que, aun hoy, y con sus paisajes humanos, deja aflorar sus raíces y sus indicios.

                                                                                  Eduardo Dalter



Del estudio y antología Poesía de La Matanza, 1970-2015; Ediciones del Nuevo Cántaro, Buenos Aires, 2015. Esta edición fue presentada en el sindicato de docentes Suteba, filial Matanza, en julio de 2015.



No hay comentarios:

Publicar un comentario